LA “BANALIZACIÓN DEL AUTORITARISMO ESTATAL”: UNA CRÍTICA ANARCOSINDICALISTA A LOS LÍMITES ESTRUCTURALES DE LA DEMOCRACIA

 


LA “BANALIZACIÓN DEL AUTORITARISMO ESTATAL”:

UNA CRÍTICA ANARCOSINDICALISTA A

LOS LÍMITES ESTRUCTURALES DE LA DEMOCRACIA.

 Por Pedro Peumo.


El Espejismo de la Democracia y la Banalización del Autoritarismo.

Los politólogos de la Universidad de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en sus influyentes obras Cómo mueren las democracias (2018) y La dictadura de la minoría (2023), han articulado una hipótesis que resuena en el debate político contemporáneo: las democracias ya no perecen por golpes militares abruptos, sino por un insidioso y gradual desgaste interno. Este proceso, que denominan la "banalización del autoritarismo" —inspirado en la "banalidad del mal" de Hannah Arendt—, se manifiesta a través de la normalización de prácticas antidemocráticas. Estas prácticas son facilitadas por la complicidad de élites "semileales" que, al explotar vacíos legales y debilitar normas informales como la tolerancia mutua y la contención institucional, erosionan progresivamente el sistema. Los autores señalan que tácticas como el lawfare o la aplicación selectiva de la ley se vuelven comunes, y la responsabilidad recae principalmente en los partidos políticos, que fallan en actuar como "guardianes" contra figuras demagógicas.

Sin embargo, desde una perspectiva anarcosindicalista, esta visión, aunque útil para describir ciertos síntomas superficiales de la descomposición societal en los estados democráticos, se revela profundamente limitada. Al centrarse en la erosión de normas y la complicidad de élites, el análisis de Levitsky y Ziblatt se detiene en el nivel de las manifestaciones, sin indagar en las causas estructurales más profundas. El autoritarismo no es una patología correctible o un mero "fallo de élites" que surge de una "mala praxis", sino una lógica intrínseca y esperable del Estado mismo cuando las condiciones políticas y sociales lo permiten o exigen. Este enfoque, al diagnosticar un problema de "mal funcionamiento", inadvertidamente refuerza la idea de que el Estado democrático es, en su base, un sistema deseable y reparable. Esta aproximación desvía la atención de la crítica fundamental anarquista: que el Estado, por su propia naturaleza —su monopolio de la violencia, su jerarquía y su principio de autoridad—, es la condición de posibilidad para el autoritarismo. La preocupación liberal por la "muerte de la democracia" se convierte, paradójicamente, en un mecanismo para asegurar la supervivencia del Estado, incluso cuando este muestra sus tendencias más autoritarias. Parafraseando a Levitsky y Ziblatt podríamos llamar a su análisis "la banalización del autoritarismo estatal".

El anarcosindicalista Rudolf Rocker, en su seminal obra Nacionalismo y Cultura argumenta que el fascismo no es una aberración, sino la "continuación de la maquinaria estatal", que la democracia es ya utiliza para la dominación de clase y la represión social. Para Rocker, la democracia, con su monopolio de la violencia y la delegación de poder, "contiene las semillas del autoritarismo" en su propia estructura. Este informe profundizará en esta crítica, utilizando la obra de Rocker como pilar fundamental. Además se incorporarán las ideas del autor antiautoritario Mijail Bakunin sobre el Estado como organización de la violencia y sobre el “principio de autoridad”; y de los comunistas anárquicos Piotr Kropotkin, sobre la crítica al nacionalismo; Errico Malatesta, sobre la no-neutralidad de la democracia; y de Emilio López Arango, sobre la crítica a la democracia burguesa y la persistencia de la autoridad.


El Estado como Máquina de Dominación: Desmontando la "Falla de las Élites".

La premisa central de Levitsky y Ziblatt es que el autoritarismo emerge como una desviación de las "buenas prácticas" democráticas, un fallo en la contención institucional y la tolerancia mutua por parte de las élites políticas. Su modelo para identificar el comportamiento autoritario se basa en acciones como "encarcelar árbitros, marginar actores clave y reescribir las reglas del juego", aplicando esta lógica a figuras contemporáneas como Donald Trump. Desde esta óptica, el problema es de liderazgo y de respeto a las "normas no escritas" que sustentan la democracia.

Rudolf Rocker desmantela esta premisa, argumentando que el fascismo no corrompe un sistema sano, sino que es una "continuación de la maquinaria estatal". Para Rocker, la democracia liberal, al centralizar el poder y monopolizar la violencia, ya contiene en sí misma los elementos que pueden derivar en autoritarismo. El Estado es, por definición, una estructura de dominación de clase, independientemente de su forma de gobierno. La violencia no es una falla del sistema, sino su esencia misma, utilizada para proteger la propiedad privada y reprimir la autonomía popular.

Mijail Bakunin es aún más categórico al afirmar que "El Estado es la organización de la violencia" (Estatismo y Anarquía, 1873). Esta violencia no es una anomalía, sino el fundamento sobre el cual se erige toda estructura estatal. El "principio de autoridad" es la raíz del problema, ya que "el que está investido de un poder se volverá, inevitablemente, por la ley social inmutable, un opresor y un explotador de la sociedad". Bakunin solo concibe una autoridad "pasajera y voluntaria", basada en el conocimiento especializado y aceptada libremente, no en la imposición. El Estado moderno, por su propia esencia, es militar y conquistador, llevando en sí la aspiración inevitable a la universalidad y la hegemonía del “principio del Estado”.

Emilio López Arango, en coautoría con Diego Abad de Santillán en El anarquismo en el movimiento obrero (1925), y en su Ideario (1942), profundiza en esta crítica al Estado. Para él, la ilusión de que la participación parlamentaria pueda transformar el Estado es falaz. Tomar el Estado solo cambia las élites, pero "el principio de autoridad seguirá vigente". Las libertades fundamentales y la fraternidad, pilares de la acción anarquista, son "no negociables" y se oponen a cualquier estructura de poder que imponga la voluntad de unos sobre otros. Esto demuestra que la "solución" liberal de "reparar la democracia" es insuficiente, pues no aborda la violencia intrínseca del sistema que genera las condiciones para el autoritarismo, sino que busca restaurar un orden que ya es inherentemente opresivo para las clases subalternas.

 

Nacionalismo: El Sustrato Ideológico Compartido por Democracia y Fascismo.

Levitsky y Ziblatt, en su análisis del auge autoritario, señalan el desgaste de las normas democráticas y la proliferación de discursos de miedo dirigidos a "enemigos internos" como migrantes o disidentes. Su enfoque se centra en la polarización y la retórica que divide a la sociedad, sugiriendo que la erosión de una cultura cívica es un factor clave.

Sin embargo, Rocker, en Nacionalismo y Cultura (1937), ofrece una crítica más profunda y estructural. Para él, el "nacionalismo" no es un mero discurso de miedo o un síntoma de la polarización, sino el "corazón ideológico" que legitima tanto la democracia liberal como el fascismo. El nacionalismo, con su apelación al "hombre masa" y a la unidad mítica de la nación, es el "motor ideológico" que "banaliza la opresión y hace inocua la crítica política real". Es la fuerza que permite que la población acepte la dominación en nombre de una identidad colectiva artificial y abstracta.

Fue Bakunin, en la segunda mitad del siglo XIX, quien sentó las bases de esta idea al explicar cómo el Estado-nación fabrica el "hombre masa": un sujeto pasivo que renuncia a su libertad individual a cambio de una ilusoria seguridad, delegando su soberanía en rituales electorales que ocultan la verdadera naturaleza de la dominación. Su crítica al patriotismo es contundente: "Todo aquél que desee sinceramente la paz y la justicia internacional debería renunciar de una vez y para siempre a lo que se llama la gloria, el poder y la grandeza de la patria, a todos los intereses egoístas y vanos del patriotismo". La construcción de un "enemigo" (interno o externo) no es un mero síntoma de declive democrático, sino una estrategia constitutiva del Estado-nación para generar cohesión interna y desviar la atención de las contradicciones de clase. El nacionalismo proporciona la ideología necesaria para esta operación, transformando la opresión social en una "defensa de la patria". Esta dinámica no es exclusiva del fascismo, sino un componente inherente de la lógica estatal que se exacerba en tiempos de crisis. La "banalización" de la opresión a través del nacionalismo significa que la ciudadanía es condicionada a aceptar medidas autoritarias no como una anomalía, sino como una necesidad para la supervivencia de la nación, ocultando así la verdadera lucha de clases.

 

La Lucha de Clases Invisibilizada.

Al focalizar el giro autoritario en el temor a "fuerzas externas" (migrantes, disidencias, etc.), Levitsky y Ziblatt reproducen el esquema de la democracia burguesa: "el verdadero poder permanece en manos de la clase dominante", mientras se distrae al pueblo con "enemigos internos". Esta es la idea dominante en el discurso de las izquierdas, una perspectiva que se centra en la polarización ideológica (izquierda vs. derecha), ocultando que la democracia, en palabras de David Graeber, es en sí mismo "un sistema de gestión para el capitalismo". Esta visión, al enfocarse en la "erosión de normas" y los "ataques a las instituciones" como indicadores de crisis democrática, incurre en una ceguera a la violencia estructural inherente al capitalismo y al Estado que la democracia gestiona. Al no reconocer la lucha de clases como el motor fundamental de la sociedad y la represión estatal como una constante, la perspectiva liberal falla en identificar la raíz de la "banalización". La distracción con "enemigos internos" es solo una táctica más para mantener el statu quo y la dominación de la clase gobernante. Centrarse solo en ese fenómeno hace que la violencia sistémica sea invisible y "normal". La "solución" liberal de "reparar la democracia" es insuficiente porque no aborda la violencia intrínseca del sistema que genera las condiciones para el autoritarismo, sino que busca restaurar un orden que ya es inherentemente opresivo para las clases subalternas.

Para Rudolf Rocker, la solución no reside en "restaurar 'buenas prácticas' democráticas", sino en "desmantelar toda forma de Estado" y fortalecer las prácticas de autogestión y la federación libre de comunas. Él sostiene que el fascismo no es una patología residual de las democracias débiles, sino la "extensión lógica" de la democracia liberal cuando esta se vacía de contenido social y se aferra a su papel de "guardiana del orden de clase". Es decir, el fascismo es una respuesta del Estado para preservar el orden capitalista cuando las formas democráticas ya no son suficientes para contener la disidencia social.

 

“Irreversibilidad” o Revolución.

La hipótesis de Levitsky y Ziblatt sugiere que una vez que se quiebran ciertas "reglas de juego institucional", el proceso hacia el autoritarismo puede volverse irreversible. Su enfoque implica que la solución radica en la restauración y el fortalecimiento de estas reglas democráticas dentro del marco estatal existente. Esta perspectiva, al advertir sobre la "irreversibilidad" del autoritarismo si las reglas se rompen, implícitamente refuerza la idea de que el Estado es el único garante del orden y que cualquier cambio fundamental fuera de sus cauces lleva al caos. Esta es una falsa dicotomía que el anarquismo desafía.

Rudolf Rocker, en contraste, recuerda que la democracia nunca fue neutra. Sus instituciones están intrínsecamente diseñadas para excluir alternativas radicales y preservar el orden establecido. La hipótesis de la "irreversibilidad" de Levitsky y Ziblatt solo existe dentro del marco de pensamiento estatal; la perspectiva liberal no puede concebir como legítima una revolución social desde abajo para la creación de un nuevo orden, una "destrucción creadora" que si pueda terminar con la amenaza autoritaria. Al centrarse en la preservación de las instituciones estatales, la visión liberal limita el imaginario político y deslegitima las formas de resistencia y construcción social que operan fuera del control estatal, perpetuando así la dependencia del sistema que genera el autoritarismo.

 

La Democracia como Cáscara Vacía y el Imperativo del Comunismo Anárquico.

La hipótesis de Levitsky y Ziblatt, aunque puede ser útil para diagnosticar algunas tácticas autoritarias y dar cuenta de la erosión de las normas democráticas, se queda corta al naturalizar el Estado liberal como un horizonte insuperable. Su marco de análisis no puede concebir una política más allá de las instituciones estatales, limitando la imaginación política a la búsqueda de "reparaciones" dentro del mismo sistema que, según la crítica anarquista, es la raíz del problema. La visión liberal, especialmente en la era post-Guerra Fría, a menudo opera bajo la premisa implícita de que la democracia liberal es la forma final y más avanzada de gobierno. Levitsky y Ziblatt, al intentar "salvar" la democracia, se inscriben en esta narrativa.

Sin embargo, como han demostrado Rocker, Bakunin, Kropotkin, Malatesta y López Arango, la realidad es más compleja y desafiante:

1.    El fascismo es la sombra no la antítesis de la democracia: Emerge cuando la concentración de poder y el nacionalismo, inherentes al Estado, se exacerban y la democracia se vacía de contenido social, aferrándose a su rol de guardiana del orden de clase. El anarquismo rompe con esta teleología, al demostrar que el fascismo es una extensión lógica del Estado liberal, y al proponer la abolición del Estado como la única solución duradera.

2.    La solución no reside en "reparar" las instituciones democráticas: Estas están diseñadas para mantener el statu quo y la dominación de clase. La verdadera alternativa es construir un "poder dual" —redes autogestionarias y federadas desde abajo— que vuelvan obsoleto al Estado. La crisis actual no es una anomalía, sino una señal de la necesidad de una evolución radical más allá de las formas estatales.

3.    La "banalidad del mal" es un producto estructural: Florece en sociedades donde la obediencia acrítica y la jerarquía reemplazan el juicio ético y la autonomía, tal como advirtió Arendt. Esta banalidad es perpetuada por la burocracia estatal y los "trabajos de mierda" que despojan al individuo de su capacidad y pensamiento crítico (Graeber).

La verdadera alternativa, como escribió Mijail Bakunin, reside en la destrucción creadora: demoler el Estado y sus estructuras de dominación para edificar relaciones sociales basadas en la libre asociación, la ayuda mutua y la solidaridad. Este proceso busca desplazar el temor —combustible de toda ambición autoritaria— por la cooperación consciente.

A principios del siglo XX, el movimiento obrero anarquista, organizado en “federaciones obreras”, —y siguiendo a Piotr Kropotkin—, propone la construcción de un "comunismo libertario” o “comunismo anárquico" basado en comunas autónomas, federaciones voluntarias y una economía autogestionada, donde la cooperación consciente suplanta la coerción estatal.

La historia ofrece ejemplos concretos de poder constituyente desde abajo que desafían la narrativa liberal. Sociedades de resistencia de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) de principios del siglo XX, consejos obreros en Europa (1918–23), y sindicatos y comunas agrícolas en la Revolución Española de 1936 fueron experiencias organizativas autogestionadas del movimiento obrero anarquista que destruyeron las distinciones entre gobernantes y gobernados. Por ejemplo, las comunas agrícolas y sindicatos de la CNT-AIT en la Cataluña de 1936, lograron organizar la producción y distribución sin Estado, incluso duplicando la productividad en algunos sectores.

Sin embargo, es aquí también donde hay que reconocer los errores en que han caído algunos dirigentes anarquistas durante la historia, quienes han forzado una colaboración con partidos, movimientos o sindicatos políticos, que lejos de buscar la disolución del Estado o las clases sociales, han cooperado en su mantenimiento. Y es importante fijar la mirada en la experiencia de movimientos obreros anarquistas que —con todo en contra— han mantenido sus posiciones; como lo hicieron la mayoría de los delegados regionales de la CNT-AIT y sus bases, que querían ir hacia el comunismo libertario y la revolución social en 1936 (como demuestra el historiador Vadim Damier); o la militancia de la FORA-AIT que desde 1905 ha defendido su finalidad comunista anárquica. Fue por esto mismo que —por ejemplo—, yendo un paso adelante, Emilio López Arango en los años 1920, critica la creencia de que los sindicatos son los instrumentos llamados a construir la vida post-revolucionaria, ya que pueden replicar la "cadena de poder y autoridad presente en el Estado". Esto subraya la necesidad de una transformación profunda que vaya hacia un cambio moral e ideológico, que no puede operar en la industria, una organización autoritaria per se, y el lugar donde se desenvuelven los sindicatos; sino que en los barrios de pueblos y ciudades, o en la comunidad agrícola, y sus extensiones naturales: las comunas libres.

En tiempos donde figuras como Trump, Milei o Bolsonaro revelan la fragilidad democrática y sus límites estructurales, esta crítica a la democracia, el Estado y el capitalismo, no es una nostalgia utópica, sino un mapa de supervivencia colectiva. Nos invita a mirar más allá de las soluciones paliativas y a construir, desde ahora, las bases de una sociedad verdaderamente libre y justa. Este análisis se posiciona como una intervención radical en el discurso político contemporáneo, abriendo la puerta a la posibilidad de futuros sociales y políticos fundamentalmente diferentes.

 

Referencias.

  • Bakunin, Mijail. Estatismo y Anarquismo (1873).
  • Bakunin, Mijail. Dios y el Estado (1882).
  • Damier, Vadim. La Revolución Española de 1936. Documentos archivados contra los mitos de los historiadores. https://www.aitrus.info/node/5754
  • Graeber, David. Trabajos de Mierda, una Teoría (2018).
  • Kropotkin, Piotr. El apoyo mutuo: Un factor de la evolución (1902).
  • Kropotkin, Piotr. La Conquista del Pan (1892).
  • Levitsky, Steven y Ziblatt, Daniel. Cómo mueren las democracias (2018).
  • Levitsky, Steven y Ziblatt, Daniel. La dictadura de la minoría (2023).
  • López Arango, Emilio y Abad de Santillán, Diego. El anarquismo en el movimiento obrero (1925).
  • López Arango, Emilio. Ideario (1942).
  • Richards, Vernon (Compilador). Malatesta, Errico: Pensamiento y Acción Revolucionarios (1965).
  • Malatesta, Errico. La Anarquía (1891).
  • Rocker, Rudolf. Nacionalismo y Cultura (1937).

 

PEDRO PEUMO. 2025
Biblioteca Digital Emilio López Arango
bibliotecadigital.bdela@gmail.com