LA IZQUIERDA ANARQUISTA
Durante
toda la historia del anarquismo han coexistido en el dos corrientes
principales: una que intenta profundizar en la construcción de un anarquismo
orientado hacia la Revolución Social y una sociedad sin clases, y otra más preocupada
de formar alianzas con grupos políticos y construirse desde la izquierda, es
decir, desde la política.
La
corriente que denominaré “izquierda anarquista” ha sido aquella que durante
toda la historia del movimiento ha saboteado, consciente e inconscientemente,
la construcción de un anarquismo autónomo, y es la que ha propiciado la
división interna del anarquismo en una multitud de facciones inorgánicas.
Antes
que todo debo aclarar que desde mi punto de vista el anarquismo propiamente tal
no alcanza su madurez discursiva sino que hasta los años 1920 del siglo pasado,
teniendo como hito fundacional la creación en 1922 de la Asociación
Internacional de los Trabajadores (AIT). Me atrevo a asegurar esto basándome en
tres hechos fundamentales que nos permiten definir qué es el anarquismo.
Primero, que a través de la fundación de la AIT por primera vez el anarquismo
es sistematizado en un corpus de principios que lo definen y que le dan una
forma completa y coherente; segundo, que este corpus es creado colectivamente
por una mayoría de trabajadores de distintas partes del mundo que se
autoperciben como anarquistas; y tercero, que lo hacen con la intención de
crear una organización basada en esos principios y que estos sean válidos como
guía, tanto en el plano local como en el internacional. En definitiva, el
anarquismo no es más que una forma de organización colectiva de proletarios que
buscan terminar con la sociedad de clases a nivel global.
Antes
de que los anarquistas se reunieran, ya se habían organizado otros proletarios
en un Congreso en Ámsterdam en 1912 pero ahí la mayoría tenía la intención de
aliarse y colaborar con la patronal para obtener algunas reformas en el ámbito
laboral, y obtener el beneplácito de la burguesía para institucionalizar en la legalidad
estatal sus sindicatos y “partidos obreros”. Esa fue la consagración de la
socialdemocracia.
Posteriormente
un Congreso en Moscú de 1921, organizado por la triunfante contrarrevolución
bolchevique, pretendió reunir a los trabajadores del mundo, y actuar en su
nombre bajo los postulados marxistas leninistas, con el objetivo de que en cada
país fuese una vanguardia política la que, con la ayuda coaccionada del
proletariado, se tomara el poder estatal.
En
ambos casos los anarquistas que llegaron a participar en estos congresos no
solo serían expulsados sino que luego se les perseguiría y encarcelaría por los
partidos políticos de izquierda, fuesen socialdemócratas o leninistas.
En
1922, el mismo año que los anarquistas fundaran la AIT en Berlín, Mussolini
hacía su triunfal “Marcha sobre Roma” y era nombrado Primer Ministro por el Rey
Víctor Manuel III; un espectáculo montado en conjunto por la burguesía, la
masonería, la iglesia y el ejército.
La
fundación de la AIT sería la respuesta de los obreros anarquistas a los
partidos políticos de izquierda, al nacionalismo y al fascismo, que intentaban
controlar a las masas. Vale la pena recordar que Lenin, Mussolini y los
más prominentes políticos de la época compartían como libro de cabecera La psicología de las masas de Gustave
Le Bon, coincidiendo en el tratamiento que debían dar al pueblo.
La
corriente de izquierda anarquista, siempre más preocupada por hacer alianzas
con los marxistas, y de participar de alguna forma en la izquierda, había
impedido hasta ese momento la creación de una organización de mayoría
anarquista, porque para ellos el anarquismo, dentro de las organizaciones
sociales o sindicales, o en los procesos revolucionarios, solo puede existir
como una expresión marginal o minoritaria dentro de una diversidad de otras
corrientes políticas, porque si llega a conducir esas organizaciones o la Revolución
Social, se transformaría, según ellos, en una suerte de “dictadura anarquista”.
Y esto aunque reconocen que el anarquismo es la única corriente de pensamiento
y acción realmente antiautoritaria. La contradicción es evidente. En el fondo
su visión “anarquista antianarquista” les impide concebir un movimiento obrero
anarquista mayoritario dentro del proletariado porque su deseo es ser una
minoría y comportarse como tal. Este ha sido un fantasma que los ha perseguido
durante toda la historia del movimiento libertario.
De
hecho, la izquierda anarquista en 1922 impidió que la AIT se definiera a sí
misma como “anarquista”, adoptando la expresión “sindicalista revolucionaria”,
que permitía dejar una ventana abierta para la entrada de los marxistas en la
organización. Solo ahora, 100 años después, en el Congreso de Alcoy de 2022, la
AIT se ha autodefinido “anarcosindicalista”, lo que podríamos considerar un
avance pero aún distante de la que debería ser la definición natural de los
proletarios organizados para la abolición de la sociedad de clases, es decir,
la de “obreros anarquistas”.
Respecto
de la relación entre el anarquismo y el sindicalismo, como percibió muy bien
hace 100 años Emilio López Arango, entre ambas palabras hay una contradicción
que pocos parecen percibir. El sindicalismo como tal, aunque se diga
“revolucionario”, es intrínsecamente reformista, y por lo tanto, reaccionario.
Ponerle el sufijo “anarco-”, lejos de solventar esta problemática
produce más confusión y una contradicción al permitir la introducción en el
anarquismo de un espíritu reformista. Como López Arango decía ¿es que acaso el
anarquismo no es en sí mismo un movimiento proletario, de obreros anarquistas
organizados? Agregarle la palabra “sindicalismo” solo genera una confusión y
una división arbitraria entre unos “anarquistas”, que estarían por fuera del
proletariado, y otros, los “anarcosindicalistas”, que serían los anarquistas
proletarios. O dicho de otra forma ¿es que el anarquismo no incluye ya en sí
mismo una lucha económica en el plano laboral frente a la patronal, como para
que sea necesario ponerle el mote “sindical” además? Como decía el poeta: "el
adjetivo, cuando no da vida, mata".
La izquierda
anarquista fue la corriente que, cuando para fines del siglo XIX la mayoría de
los anarquistas estaban contestes en que el mejor horizonte de la Revolución
Social debía ser el comunismo anárquico, revivió el colectivismo liberal del
siglo XIX, hasta lograr convencer a muchos de buscar un “anarquismo sin
adjetivos” que zanjara esta supuesta discusión. Esto obligó a que incluso algunos
anarquistas, convencidos del comunismo anárquico, tuvieran que aceptar abandonar
el sustantivo "comunista" para no ser ellos quienes generaran “divisiones”.
Habían caído en la trampa de la izquierda anarquista.
La
izquierda anarquista desconfía del comunismo porque lo confunde con el
pseudocomunismo de los partidos comunistas marxistas y olvida que éstos solo
tienen de “comunista” el nombre. El proyecto autoritario de la izquierda, que
promueve los nacionalismos “adaptando su ideología a la realidad de cada país”,
solo busca los votos o los soldados necesarios para alcanzar el poder, según
sea la oportunidad. Los partidos de izquierda no tienen ningún interés en
abandonar el capitalismo o el control estatal, ni menos plantear una Revolución
Social o una forma de organización federativa en comunas libres como plantea el
verdadero comunismo, de orientación anárquica.
Afortunadamente, hacia mediados de los años 1930 la generalidad de las federaciones obreras
anarquistas a nivel global, gracias a la presión ejercida desde las asambleas
en los congresos obreros, y contra la opinión de algunos intelectuales, ya
habían consagrado el comunismo anárquico como finalidad revolucionaria.
La
izquierda anarquista es la que ha conducido en el pasado a la sumisión de los
anarquistas a partidos políticos, sindicatos y movimientos marxistas y
nacionalistas. Sus partidarios fueron quienes propiciaron la entrada de los dirigentes de la CNT en el Estado, abandonando la revolución en favor de una
guerra civil, es decir, por la conquista del gobierno. La izquierda anarquista
es la que en su época dio forma al "marxismo libertario" y al
"plataformismo" en Europa; y al "anarcobataillismo", y al
"especifismo" uruguayo, que hoy es cercano al fidelismo cubano y al
chavismo venezolano. Desde la izquierda anarquista hoy se intenta homologar al
anarquismo a partidos y movimientos de izquierda como el PYD-YPJ kurdo, el EZLN
mexicano, y se apoya a pueblos originarios en sus reivindicaciones etnonacionalistas
de tierras. Son también los que en las guerras entre pueblos, impulsadas por
intereses capitalistas y nacionalistas, en vez de impulsar la Revolución Social
de los pueblos sometidos a la opresión y explotación de sus líderes nacionales o
religiosos, apoyan al bando que perciben más de “de izquierda”, como en su
apoyo a los nacionalistas islámicos en Palestina o en la guerra Israel-Irán, o
incluso a los combatientes filonazistas ucranianos en la guerra con Rusia. Es
la izquierda anarquista la que siempre esta presta a compartir los nuevos
términos marxistas de moda, como hoy lo son “extractivismo” y “colonialismo”,
que intentan explicar las revueltas sociales desde un punto de vista político, que elude mencionar la Revolución Social, el anticapitalismo y la lucha de
clases, transformándolos en una lucha nacionalista de “liberación nacional”, y
que en definitiva promueve el acceso al poder de los partidos políticos de
izquierda. En el plano sindical es esta corriente la que ha generado los quiebres
en la AIT, primero en las CGT y Solidaridad Obrera españolas, como escisiones
de la CNT-AIT, y luego en la propia AIT a través de la creación de la CIT, cuyo
ejemplo paradigmático de forma de actuar, político e integrado en el aparato
estatal, es la CNT-CIT.
Las
alianzas con partidos políticos o movimientos de izquierda, o con movimientos
etnonacionalistas que luchan por su “liberación nacional”, o por la recuperación de
territorios, solo puede hacerse en períodos de rebelión o revolución social,
bajo una perspectiva de emancipación social, basada en un proceso claramente
autogestionario, anticapitalista y que lleve a la destrucción el Estado y toda
forma de gobierno. No caben alianzas anteriores que llevan al anarquismo a
integrarse a lógicas políticas o de colaboración de clases.
Lamentablemente
la cuasi derrota del anarquismo a nivel global, producto de las fuerzas
combinadas de los gobiernos y los partidos de todo el espectro político de
derecha a izquierda, a través de leyes represivas dirigidas específicamente
contra los anarquistas, y la promulgación de leyes laborales que legalizaron,
respaldaron y hasta financiaron el sindicalismo reformista y reaccionario,
ilegalizando de facto al anarquismo obrero, que por su carácter revolucionario,
autogestionario y clasista es incompatible con el "Estado de
Derecho"; sumado al ascenso de los partidos de izquierda que se hacía con
el poder de Estados como la URSS, China o Cuba, produjo que la influencia de la
izquierda permeara aún más en el anarquismo, sobre todo por interpretaciones
erradas de anarquistas de izquierda que planteaban que integrándose de
alguna forma en el aparato estatal revivirían un anarquismo masivo.
Por
otra parte, para la izquierda anarquista la fuente principal de conocimiento del
anarquismo no está en los acuerdos colectivos del proletariado, expresados en
los congresos de las federaciones obreras o la AIT, sino que su fuente
principal son las opiniones de los intelectuales que en cada época han
intentado sistematizarlo. Esto les hace validar muchas veces ideas liberales,
nacionalistas o reformistas, solo porque algún intelectual anarquista del pasado
las apoyaba. Como los marxistas, caen en la "infalibilidad" del
ideólogo pero en este caso de un Bakunin o un Matalesta.
Desde
los años 1940, en un escenario donde el anarquismo se encontraba disminuido y
marginalizado en el debate intelectual, las generaciones que han seguido la
irrupción del marxismo y la socialdemocracia, casi como ideologías hegemónicas del cambio social, se han visto compelidas a discutir sobre la base de
pensadores de izquierda y desconocen los acuerdos de las federaciones obreras
ácratas. Las diferencias evidentes entre la ideología izquierdista y la
anarquista los ha hecho pensar que es imperativo "modernizar" el
anarquismo, incorporando ideas de pensadores marxistas, cuyas críticas a la
sociedad capitalista si bien pueden ser muchas veces un acierto, no pueden ser
tomadas literalmente sin desactivar su orientación autoritaria propia de esa
corriente.
Esto
les impide percibir que intelectuales del presente, como Noam Chomsky, Carlos
Taibo, Miguel Amorós o los fallecidos David Graever y Osvaldo Bayer, suelen
incentivar alianzas entre anarquistas e izquierdistas, que solo favorecen a
partidos políticos, o promueven una interpretación ideológica que recoge la
historia del movimiento solo desde la perspectiva de la izquierda anarquista.
La
izquierda anarquista es la que da forma a los “partidos libertarios de
izquierda”, que adoptan una estructura partidaria copiada de la
socialdemocracia o el leninismo, según sea la corriente en que se basen. Pero,
aunque no lo parezca a simple vista, es también la izquierda anarquista la que
da forma a los grupos “insurreccionalistas”, que como los partidos de izquierda
libertarios no tienen problemas en establecer lazos con grupos marxistas.
Lo
que hermana a estas estructuras aparentemente tan disímiles es que se
autoperciben y desean ser una minoría marginal dentro de una izquierda, que ya
han aceptado “que conduce irremediablemente al proletariado a la sumisión al
Estado”. Como anarquistas son críticos del estatismo marxista pero como se
sienten parte de la izquierda, son incapaces de impulsar su destrucción. Son
aquellos que llenan las filas del “antifascismo” y de los grupos de izquierda
que buscan una unión entre marxismo y anarquismo. Como todo izquierdista, en el
fondo desconfían de la Revolución Social y de cualquiera que plantee un modelo
distinto de sociedad global que no sea dentro del marco del liberalismo y el
capitalismo.
Con
la caída de los “socialismos reales”, el carácter inorgánico de la izquierda
anarquista se ha ajustado cómodamente en los espacios que le deja la
socialdemocracia progresista del siglo XXI, e incluso pude compartir su agenda
a favor de los "particularismos", “prodiversidad”, y de
“profundización de la democracia”, todo con el único afán de seguir siendo una
minoría contestataria o contracultural, más preocupada de mostrarse como tal
que de construir una alternativa real. Por supuesto que la trampa de la
“diversidad” que propone la socialdemocracia solo es viable dentro del marco
legal e institucional estatal-capitalista pero para la izquierda anarquista
esto parece no tener importancia, y le es fácil olvidar que no solo son
perseguidos por el fascismo sino que también por los gobiernos de izquierda,
cuando logran una mínima relevancia.
Mi
llamado es a volver a ese anarquismo que ponía por delante su carácter
proletario, que se la jugaba “incómodamente” por la Revolución Social y la
abolición de las clases sociales, por un movimiento obrero anarquista cuya
principal preocupación era organizarse como obreros anarquistas, porque creían
en un proyecto comunista anárquico universal, válido para todos los seres
humanos; ese anarquismo que creía que la liberad solo podía conquistarse si era
colectiva y no solo una sumatoria de individualidades absortas en sus
particularismos.
Hace
100 años este era el proyecto que seguíamos los anarquistas por todo el mundo; era el que se organizaba en torno a las federaciones obreras, desde donde los proletarios
anarquistas queríamos enfrentar unidos a la patronal, pero también crecer y
desarrollarnos junto a nuestros compañeros, solventando nuestras necesidades
autogestivamente, con una clara finalidad revolucionaria que tuviera como
horizonte el comunismo anárquico.
Pero
claro, este es un anarquismo que demanda un compromiso militante más profundo,
que nos obliga a dejar de ser meros observadores. Además nos llama a
abandonar los particularismos y las divisiones nacionalistas que promueve la
izquierda, para volver a imaginar una sociedad sin clases ni fronteras, a escala
planetaria, un proyecto de sociedad que solo el anarquismo es capaz de
comprender y realizar.