¿ANARCOSINDICALISMO O MOVIMIENTO OBRERO ANARQUISTA?

 

Por Pedro Peumo.

En los albores del siglo XX, mas o menos entre el 1900 y 1930, se discutío qué tipo de organización deberían tener los anarquistas de las federaciones miembros de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), fundada finalmente en 1922. Recién se estaba generalizando la idea de “sindicato”, especialmente con la publicación y masificación por todo el mundo de la Carta de Amiens, elaborada en un congreso de la CGT francesa de 1906.

En la Carta se hacía una separación entre “economía” y “política”, estableciendo que los sindicatos deberían ocuparse exclusivamente de las “problemáticas económicas” (de la lucha directa con la patronal por mejorar las condiciones de vida de los obreros), declarando que “la política”, entendida como la acción de los partidos políticos en el sindicalismo, es perjudicial para la acción revolucionaria.

Lamentablemente lo que pareció un buen consenso fue mal ejecutado y llevó a la creación de un sindicalismo “neutral” o “neutro”, es decir, “des-ideologizado”. En vez de alejar la influencia de los partidos políticos en los sindicatos, éstos siguieron actuando pero de forma encubierta. Por otra parte esta supuesta "neutralidad" impidió –por muchos años- que los sindicatos europeos de inspiración libertaria pudieran declararse como “anarquistas”, porque al parecer se consideraba al anarquismo como si fuera un partido político más.

Para intentar sortear esta “neutralidad”, centrales como la IWW y confederaciones como la AIT se declararon “sindicalistas revolucionarias”, lo que de todas formas mantuvo esa neutralidad bajo una máscara "revolucionaria", y dio cabida a que entraran en la organización elementos que no tenían una finalidad realmente emancipatoria. Esto elementos, que suelen aparecer como “moderados” frente a los anarquistas, tensionan al sindicalismo para llevarlo a colaborar con la patronal, ya sea de forma explícita o encubierta, y así utilizar a la masa proletaria para alcanzar el control gubernamental del Estado.

Por esos años, entre la fundación en 1901 de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA-AIT) y la fundación de la Asociación Continental Americana de Trabajadores (ACAT-AIT) en 1929, los obreros latinoamericanos desarrollaron una corriente de pensamiento y acción obrera anarquista que se dio a llamar "Movimiento Obrero Anarquista", cuyos máximos exponentes fueron Diego Abad de Santillán y, especialmente, Emilio López Arango, quien sistematizó estas ideas en varios artículos aparecidos en los periódicos La Protesta de Buenos Aires y La Continental Obrera, órgano de difusión de la ACAT-AIT. 

La FORA-AIT desde su fundación tenía experiencia en mantenerse firme frente a elementos que pretendían la escisión de la Federación o su vinculación con partidos políticos de izquierda. Esta fue la escuela en que López Arango aprendió como actuaban los elementos que intentaban controlar las organizaciones obreras aprovechando una supuesta “neutralidad”.  Por eso siempre se manifestó en contra de esta idea. Vio prontamente como el sindicalismo significaría la ruina del movimiento revolucionario, ya que se institucionalizaría como un engranaje más de la máquina de moler carne proletaria, sobre todo si era incorporado en la legalidad burguesa.

Además fue muy crítico de los “sindicatos industriales” o del “industrialismo sindical”, una forma organizativa que quiebra la organización por oficios, prefiriendo a la por industria (hoy diríamos por empresa), bajo el argumento erróneo de que los obreros de distintos oficios en una misma fábrica no podrían organizarse colectivamente porque pondrían por delante el interés de su oficio al interés general, lo que es un prejuicio burgués. Esta es una idea propia de los sindicatos que llevan una lucha exclusivamente económica, y que no ve al desarrollo de los oficios en un contexto más amplio, que busca romper también con la alienación industrial. Por otra parte, el sistema industrialista rompe también con el federalismo, como ocurre en la IWW, donde las unions son secciones dependientes de los designios de la burocracia centralista.

Decía López Arango: "Nosotros no forzamos a los obreros de un oficio o de una industria, por el hecho de tener idénticos intereses como asalariados, a plegarse a nuestras organizaciones. Preferimos prescindir del vínculo de clase para unir a los trabajadores de acuerdo con sus ideas.

El sindicato es un medio, no un fin. No basta con agrupar a los trabajadores en torno a sus reivindicaciones económicas, sino que es necesario imprimir a la lucha obrera un carácter revolucionario, que no se limite a la mejora de las condiciones de vida bajo el capitalismo, sino que apunte a la supresión de este y de toda forma de opresión.

La base de la organización sindicalista está en el principio de centralización industrial —y no en la descentralización de esas monstruosas empresas y trusts financieros que destruyen las características del comunalismo—, con lo que se llegaría, después de la revolución, a crear un Estado sindicalista cuyas células estarían representadas por cada una de las ramas industriales injertadas en el tronco capitalista.

El sindicalismo puro es incapaz de destruir el Estado porque, al organizarse sobre bases exclusivamente económicas, no combate todas las formas de autoridad. Los anarquistas, por el contrario, luchamos contra todas las instituciones que perpetúan la esclavitud moderna, sean políticas, económicas o morales.

No es posible olvidar este principio elemental de nuestra ideología: la organización comunista de una sociedad de hombres libres, debe tener por base a la comuna.

El sindicalismo no tiene en cuenta la existencia de esos grupos autónomos de individuos, verdaderas células del organismo social, porque para los 'materialistas históricos' las diferenciaciones éticas y étnicas están subordinadas al entrelazamiento creado entre los pueblos de una región o de varias regiones por una industria cualquiera."

Las “federaciones obreras” o “federaciones obreras regionales” (“regionales”, porque se consideraban de un territorio no de un país), anteriores al sindicalismo, se organizaban en torno a las “sociedades de resistencia al capital”, conocidas simplemente como "sociedades de resistencia" o "sociedades obreras". Las había de diversos oficios, destacándose en todo el mundo las de tipógrafos, panaderos, zapateros, ferroviarios, maestros, albañiles, carpinteros, peluqueros, etc. etc. Estas organizaciones no se guiaban por las ideas de la Carta de Amiens, por lo que por una parte no se dedicaban exclusivamente a problemáticas “económicas”, es decir que su ámbito de acción no se reducía a la lucha directa contra el patrón, que por cierto hacían muy bien, aplicando un amplio repertorio de herramientas de acción directa, sino que también se ocupaban de tareas “sociales”, en los barrios y comunidades, creando bibliotecas, centros sociales, escuelas, conjuntos musicales y teatrales, comedores, policlínicos, sedes sociales, actividades deportivas y recreativas como los famosos picnics al aire libre, etc.

Además, estas organizaciones tampoco estaban sujetas a la “neutralidad” que se asumió en los sindicatos europeos. Como bien se dieron cuenta prontamente, asumir esa neutralidad les significaba abdicar el control de sus organizaciones a los partidos políticos, por lo que no tenían problemas en declararse sus miembros como anarquistas y dar a sus organizaciones una marcada finalidad comunista anárquica.

Esto fue muy criticado por los sindicatos europeos que seguían creyendo que el “anarquismo” era una especie de partido político. Pero como en Europa la política de sindicalismo revolucionario resultó tan “exitosa”, pudiendo –por ejemplo- la CNT incorporar un millón de afiliados en su mejor momento, se siguió criticando duramente a la FORA-AIT por ser “demasiado anarquista” y “poco sindicalista” (y esto aunque la FORA llegó a contar con 100.000 militantes y haber realizado en 1918 una huelga general tan importante en Buenos Aires que estuvo ad portas de una revolución social, un capítulo desconocido en Europa y por consiguiente en el resto del mundo ácrata). Lamentablemente esa política de “sindicatos neutros” o de “sindicalismo revolucionario” permitió –durante mucho tiempo- la entrada de miles de elementos “moderados” o evidentemente reaccionarios a las organizaciones obreras de inspiración libertaria, lo que influyó en posturas ideológicas erradas que llevaron a asumir posturas erradas (como la idea de la supuesta “dictadura anarquista” que frenó la revolución española), y en quiebres internos que llevaron a la creación de centrales sindicales que intentan llenar un espacio “anarquista”.

Organizaciones como la CNT-AIT intentaron frenar la intromisión marxista (“sindicalista revolucionaria”) a través de un “trancazo” operado desde fuera de la organización obrera, a través de la creación de organizaciones de “anarquistas” (como la Federación Anarquista Ibérica, FAI). Esto ya López Arango lo criticó también en su tiempo diciendo que crearía una suerte de diferencia perjudicial al interior de las organizaciones, entre los “anarquistas”, más informados, y los simples obreros mortales, lo que creaba un “nosotros” y “los otros”. Frete a esto López Arango y los compañeros de la FORA-AIT siempre fueron claros en identificarse con el anarquismo y la finalidad comunista anárquica, dejando fuera a los socialdemócratas marxistas, permitiendo al mismo tiempo que cada elemento en la organización tuviera el mismo grado de vinculación ideológica.

Es por esto además la crítica tan certera de López Arango al “anarcosindicalismo”, un concepto que lejos de promover un sindicalismo influenciado por la ideología ácrata, produciría el efecto contrario, llevaría ala anarquismo por la pendiente del reformismo sindical, sobre todo en el concierto de organizaciones que -recordemos- ni siquiera podrían declararse como anarcosindicalistas, sino que debían decirse “neutras” o “sindicalistas revolucionarias”.

Frente al “anarcosindicalismo” las organizaciones “foristas” prefirieron seguir declarándose como un “movimiento obrero anarquista”, con la suficiente amplitud para poder desarrollarse en ámbitos más allá de la lucha económica del sindicato, abriendo las puertas del taller y la fábrica, y desalambrando los campos, para llegar a los barrios y pueblos con el comunismo anárquico.

Para López Arango: "Lo que ha dado en llamarse anarco-sindicalismo asigna al sindicato una función complementaria de la acción anarquista, siendo que en realidad la subordina a exclusivas preocupaciones económicas, en flagrante antagonismo con la idea constructiva del anarquismo; que toma como elemento para erigir el futuro al ser humano como entidad pensante y determinadora y no sus necesidades materiales, más fácil de ser resueltas de lo que piensan los imbuidos por prejuicios históricos.

Hay que declarar en fracaso una de las dos tendencias. O el anarquismo ha perecido como filosofía social frente a las proyecciones de la acción sindical, y debe corresponder a ésta la solución del conflicto entre la reacción conservadora y el pensamiento revolucionario, o continúa asumiendo su rol ideológico llamado a operar la transformación de la vida humana. (…)

He ahí en lo que finiquita el anarco-sindicalismo (…) cede todo lo que al anarquismo es más preciado, su espíritu de intransigencia y su voluntad creadora, a cambio de sumar efectivos orgánicos, que no valen nada, no representarán nada mientras no se desprendan de la idea por demás torpe de que también el porvenir ha de estar sujeto a prescripciones convencionales, impuestas, como hoy, por necesidades artificialmente creadas.

Por eso hemos expresado la reflexión de que no es la masa quien ha de imponernos condiciones, sino que hemos de ser nosotros quienes operemos una concepción más elevada de nuestros destinos, enseñando con el ejemplo, es decir, actuando en la organización obrera como en los demás aspectos de la vida, convencidos de un ideal. Es así como entendemos debe oponerse el movimiento obrero anarquista, expresión de una, necesidad libertarla, al anarco-sindicalismo, consecuencia de una amalgama de necesidades contradictorias.”

El comunismo anárquico que los inspiraba obviamente no tenía ninguna relación con el pseudo-comunismo marxista (cuestión que tampoco ni Marx ni sus seguidores quisieron desarrollar porque en el fondo solo les interesaba quedarse en la “etapa” del control Estatal), sino que era heredero de esa ideología que tan bien logró sintetizar Piotr Kropotkin, y que veía no a los sindicatos reemplazando a las instituciones estatales, sino a “comunas libres”, asociadas federativamente por intereses comunes en un humanismo universal.

100 años después aún vale la pena regresar a estas ideas tan lúcidas en su tiempo y que parecen de tanta actualidad, sobre todo en un escenario de degradación absoluta del sindicalismo tradicional.


(Los textos entre cursivas fueron extraídos de "Ideario", recopilación de artículos de López Arango aparecidos en el periódico "La Protesta", y de "El anarquismo en el movimiento obrero" escrito por López Arango y Diego Abad de Santillán).


PEDRO PEUMO. 2025
Biblioteca Digital Emilio López Arango
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