LO QUE APRENDÍ CUANDO DEJÉ DE TRABAJAR 40 HORAS SEMANALES




Durante años trabajé jornadas completas, como casi todo el mundo que conozco. De lunes a viernes, ocho a diez horas al día. Es lo que hay. Lo que llaman normal.

Pero hubo un tiempo, cuando estaba desempleado, que tuve que tomar uno de esos trabajos esporádicos que salen de vez en cuando, donde solo tenía que cumplir unas horas por semana. Primero me angustié mucho porque la plata no me iba a alcanzar. Y me costó mucho poder pagar, repactar deudas, y por fuerza tuvimos que apretarnos el cinturón en casa. 

No niego que fue muy difícil al principio. Con mi pareja discutimos mucho pero al poco tiempo tuvimos que a la fuerza empezar a pensar distinto o sino nos íbamos a separar. Pero fue ahí donde algo más empezó a cambiar, no fue solo uno de esos conflictos de pareja que ya habíamos vivido antes. Al poco tiempo como familia nos dimos cuenta que tomando nuestra nueva realidad con sencillez y tranquilidad, y con un espíritu mucho más crítico hacia la vida que habíamos estado viviendo, igual podíamos salir adelante. 

Está nueva realidad nos enseñó a vivir de verdad. Con más tiempo libre, me di cuenta de que pensaba distinto. Dormía mejor, cocinaba más en casa, salía a caminar, y sobre todo, sentía menos esa ansiedad permanente que parece parte del uniforme de trabajo.

Hablé con mi compañera y decidimos probar algo distinto. Ella siempre había tenido buena mano para vender, así que empezó a ir a la feria del barrio los fines de semana. Yo, por mi parte, desde esa época empecé a buscar trabajos que me permitieran cumplir menos horas, aunque no fueran tan estables. La idea era que yo también pudiera estar más tiempo con los niños, llevarlos a la escuela, ayudarlos con las tareas, cosas que antes apenas podía hacer con suerte una vez a la semana. Y ella se entusiasmó con su rol de trabajadora independiente y empezó a ir a la feria también un par de días en la semana.

Mirando más de cerca, noté que no necesitábamos tantas cosas como creíamos. Muchos de los gastos que teníamos antes -esas salidas improvisadas al Mall o al súper cuando había un poco de plata, los pedidos a domicilio, la basura de Temu y de "los chinos", o la ropa que comprábamos y usábamos apenas dos veces porque al final nos quedaba mal- venían más del agotamiento que del gusto real. Eran pequeñas recompensas para sobrellevar una rutina que nos dejaba sin energía para pensar en algo más que el próximo descanso. Por supuesto que no es todo miel sobre hojuelas, el arriendo de la casa nos lleva más de la la mitad de lo que ganamos en el mes pero quien sabe, tal vez algún día podamos encontrar un lugar donde no tengamos que pagar. Aún tenemos gastos que nos agobian pero logramos llegar a fin de mes. La diferencia fundamental es que ahora somos más cómplices, más familia, de verdad parece que practicamos eso del apoyo mutuo.

Cuando empecé a darme cuenta de este cambio fue cuando me pregunté por primera vez: ¿por qué asumimos que hay que trabajar 40 o más horas a la semana para vivir bien? ¿Quién dijo que ese es el equilibrio correcto entre vida y trabajo?

Y empecé a entenderlo. Esta estructura laboral no está diseñada solo para producir cosas. También funciona para mantenernos ocupados, lo justo para no detenernos a pensar demasiado. No es conspiración, es lógica de sistema. Si tienes a la mayoría de la gente trabajando sin parar, sin tiempo para juntarse y organizarse, ni para mirar más allá del próximo pago, todo se mantiene igual de chato.

Mientras tanto, nos venden la idea de que consumir es sinónimo de libertad. Que si trabajas duro, puedes comprarte tal o cual cosa, o "darte un gustito". Pero es un trato raro: das la mayor parte de tu tiempo para poder pagar cosas que compensen el tiempo que perdiste y que -de alguna forma- te hagan sentir vivo.

Lo que hemos empezado a vivir desde ese tiempo -con menos trabajo- fue otra posibilidad. No necesariamente un escape completo del sistema -porque seamos honestos, solo los millonarios pueden darse ese lujo-, pero sí una forma de movernos dentro de él sin perder la cabeza. Gastar menos, pensar más, y buscar espacios donde nuestro tiempo valga más que lo que marcan los recibos de sueldo. Por primera vez, lo que al principio me pareció casi mágico, que la poca plata de mi sueldo ya no se me iba toda en un solo día, después ya solo nos da alegría. Con mi compañera aprendimos sin querer a tener otra relación con la plata. Ahora hay muchas cosas que ya no queremos comprar. Incluso pusimos un huertito en el patio y trajimos un par de gallinas. En vez de ir al Mall ahora vamos a espectáculos gratuitos que encontramos anunciados en internet. Incluso descubrí la biblioteca pública de mi comuna y empezamos a sacar libros. Y lo que me da más placer, como cuando era niño, ahora puedo ir a comprar a la feria en la semana.

Ahora sé que no es una solución mágica, ni algo que funcione igual para todos. Pero estamos entendiendo cómo se ha armado este estilo de vida, y eso es un primer paso para cambiar algo, aunque sea poco. A veces, con eso alcanza para empezar a vivir diferente. 

Ahora estamos en la etapa de juntarnos con otras personas que piensen como nosotros. Queremos organizarnos para empezar a cambiar nuestra realidad. Nos hizo mucho sentido varias cosas que conversamos en el grupo de mi localidad de la Asociación Internacional de los Trabajadores, IWA-AIT. Pero esa es otra historia.


PEDRO PEUMO. 2025
Biblioteca Digital Emilio López Arango
bibliotecadigital.bdela@gmail.com

Entradas populares de este blog

SE CAE LA FARSA DEL "CONFEDERALISMO DEMOCRÁTICO" DEL PARTIDO DE LOS TRABAJADORES DEL KURDISTÁN (PKK).

LA IDEA DE REVOLUCIÓN PERMANENTE EN PROUDHON Y SUS DIFERENCIAS CON TROTSKY

EMILIO LÓPEZ ARANGO: ORGANIZADOR DEL MOVIMIENTO OBRERO ANARQUISTA LATINOAMERICANO