Al calor de los acontecimientos derivados de la guerra y las revoluciones políticas determinadas por la quiebra moral de la democracia, se han difundido en los ambientes proletarios ideas de dominación. La dictadura de clase concreta ese espíritu egoísta. El bolchevismo y el fascismo, sujetos a la misma causalidad histórica, traducen el instinto gregario de las masas que creen libertarse por la violencia, con lo que se llega a subordinar la vida del hombre y el porvenir de la humanidad a la primitiva ley del mas fuerte.
Se dirá que en la guerra todos los medios de defensa se justifican. El bolchevismo y el fascismo han agotado todos los recursos de fuerza para afianzar una dictadura de clase, suprimiendo las garantías de la ley común. Pero si las victimas tienen derecho a herir al victimario con sus propias armas, no debe en cambio ser olvidado que también hay una ley de guerra: la que protege a los no combatientes y a los neutrales contra la violencia de los beligerantes.
Nosotros vemos en cierta clase de atentados antifascistas el sello del fascismo. No es que inspire el gobierno italiano y sus agentes provocadores esa acción terrorista: es un fenómeno mental esa inclinación a la delincuencia política y sus autores sufren la influencia del mismo proceso patológico que lanzo a Italia a la más cruel y bestial guerra civil.
Generalizando el problema de la delincuencia, descubrimos en ese anarquismo que exalta el delito v hace del robo una virtud revolucionaria, las mismas causas morales, sociales e históricas. Ya no se trata de combatir a la burguesía por su condición de clase privilegiada, oponiendo al régimen de la propiedad privada, de la explotación del hombre por el hombre una idea de justicia, de igualdad y de libertad: se recomienda el procedimiento de la expropiación individual, del despojo con fines personales, para luchar contra los apropiadores de las riquezas colectivas. Y eso importa tanto como admitir que sea posible llegar a la revolución repitiendo los errores consagrados por las castas dominantes y empleando las mismas armas de los enemigos.
Hemos expuesto en varias oportunidades nuestro concepto sobre el problema moral que, para la propaganda y las ideas anarquistas, plantea el culto a la violencia instintiva, al terror irresponsable y el egoísmo Llevado al extremo de la delincuencia común. Partiendo de esa conclusión ética, a la que subordinamos la conducta de los militantes del anarquismo, combatimos los atentados que no realizan un objetivo preciso -que exteriorizan desprecio por la vida humana e inútil crueldad-, como denunciamos como antianarquista la practica del robo con fines individuales. ¿No esta de acuerdo nuestro juicio con el punto de vista de los que entienden que la guerra contra la burguesía debe ser llevada a todos los terrenos, sin tener en cuenta los medios, persiguiendo únicamente un fin que no siempre puede ser confesado y defendido?
Porque no nos consideramos infalibles, ponemos en litigio nuestra opinión y la discutimos públicamente, en la prensa y en la tribuna.