EL UNIVERSALISMO COMUNISTA ANÁRQUICO FRENTE A LOS PARTICULARISMOS DE LA IZQUIERDA
Por Pedro Peumo.
Una de las características más relevantes del comunismo anárquico, que se desarrolló en el seno del movimiento obrero anarquista, ha sido su mirada universalista, que considera que la emancipación humana debe construirse sobre una base común: la solidaridad entre trabajadores de cualquier parte del mundo, sin distinción de origen, género, etnia o nacionalidad. Esta aspiración choca, sin embargo, con ciertas tendencias dentro de la izquierda contemporánea que tienden a fragmentar el sujeto político en función de particularismos. Nos referimos aquí al identitarismo, a los nacionalismos de corte progresista, a ciertos ecologismos de enfoque reduccionista y a formas de feminismo que priorizan la intervención estatal por encima de la organización social.
Mientras el movimiento obrero anarquista busca recomponer un proyecto global de transformación social, estos particularismos tienden a centrarse en luchas parciales, muchas veces desconectadas entre sí, e incluso competitivas. Para el comunismo anárquico, la clase trabajadora es el sujeto colectivo de la revolución, y cualquier identidad —cultural, sexual, étnica— se inscribe dentro de una situación material común: la explotación. Este enfoque no niega la existencia de múltiples formas de opresión, pero sí señala que todas ellas se enraízan en un sistema capitalista que se sirve de la fragmentación para perpetuarse. Frente a esto, el movimiento obrero anarquista propone una estrategia que no pasa por la representación parlamentaria ni por las reformas parciales, sino por la acción directa y la construcción de estructuras autogestionadas. Huelgas, boicots, protestas, federaciones de trabajadores en el ámbito laboral y en el barrio: son estas las herramientas mediante las cuales se construye poder desde abajo, en oposición a la dependencia del aparato estatal o las instituciones de poder.
Los particularismos de izquierda, por su parte, suelen confiar en el reconocimiento institucional o en el desarrollo de políticas públicas que les otorguen visibilidad y derechos. Pero esta confianza en el Estado resulta problemática. Primero, porque ignora que el Estado es una herramienta al servicio de las clases dominantes, que puede conceder derechos, sí, pero también quitarlos en cuanto cambien las condiciones económicas o políticas. Y segundo, porque refuerza una lógica asistencial que debilita la autonomía de las comunidades. El movimiento obrero anarquista responde a esto proponiendo redes de apoyo mutuo, estructuras federativas y espacios autogestionados que no dependen de los ciclos electorales ni de las voluntades del poder. No se trata de disputar cuotas dentro del sistema, sino de crear otro sistema desde la base.
El peligro de los particularismos no radica únicamente en su relación con el Estado, sino también en la lógica de competencia que instalan. A menudo las luchas por el reconocimiento se convierten en una especie de jerarquía de opresiones, donde distintos grupos disputan quién sufre más y quién merece más atención. Esta lógica fragmenta la solidaridad y crea barreras entre sectores que, en realidad, comparten intereses profundos. El universalismo comunista anárquico propone una solución distinta: reconocer todas las formas de opresión, pero sin perder de vista que su superación depende de un proceso común. La unidad no significa homogeneidad, sino articulación. La lucha de una mujer obrera migrante contra el racismo, el machismo y la explotación laboral no son luchas separadas, sino dimensiones de una misma batalla.
Frente a esta realidad, el movimiento obrero anarquista ha planteado un horizonte claro desde su nacimiento: la construcción de un movimiento obrero global, autogestionado, solidario y antipatriarcal. Para ello, es fundamental generar espacios de formación donde se puedan debatir estas problemáticas de forma horizontal, sin dogmas ni jerarquías. Es necesario articular campañas de lucha que integren distintas demandas sin separarlas en compartimentos estancos como lo hace la izquierda progresista. También lo es fomentar proyectos autogestionados que encarnen, en la práctica, esa nueva sociedad que se quiere construir. Todo esto no es fácil, pero es posible. Y más aún, es necesario.
En definitiva, el universalismo comunista anárquico no niega las opresiones específicas que atraviesan a los distintos sectores populares. Al contrario, las reconoce, las denuncia y las combate. Pero lo hace desde una mirada integral, que busca la emancipación de todos al unísono y no de unos pocos primero que otros. Frente a la lógica de la identidad cerrada, el comunismo anárquico propone la solidaridad abierta. Frente a la delegación en el Estado, la autoorganización. Frente al aislamiento, la federación. Solo así, con la unidad de los oprimidos como base y horizonte, podrá emerger una transformación radical que no reproduzca las mismas estructuras de dominación que dice combatir.