ANARQUISMO Y COSMOPOLITISMO


Por Vadim Graevsky. KRAS-AIT

En primer lugar, aclaremos algunas cuestiones relativas a la esencia del asunto. Convengamos en que si las personas entienden cosas diferentes con una sola palabra, lo más probable es que terminen enfrascados en un diálogo incomprensible. O que no logren nada en absoluto. He aquí un ejemplo: una persona puede considerar que el color verde es rojo, incluso podría cruzar la calle con el semáforo en rojo, creyendo que está en verde. Como resultado, sencillamente la atropellará un auto.

La elección de la palabra puede ser casual. Pero una vez elegida, significa una cosa bastante definida.

Se supone que existe una comprensión "aceptada" o "establecida" de qué es el "verde" y cuáles son las manifestaciones, cualidades, atributos del "verde". Lo mismo ocurre con cualquier otro concepto. Por ejemplo, con el concepto de "anarquismo".

El anarquismo como sistema de ideas y puntos de vista* se formó en un período histórico determinado, cuando se formuló su esencia. Como tal sistema, posee ciertos principios, "cualidades" y una lógica interna. Esto significa que todos los esfuerzos de varios frikis "innovadores" por declarar anarquismo a algo que contradice esta lógica son, en esencia, insostenibles, como declarar que el color rojo es verde. No me refiero ahora a que ciertos detalles, recetas, tácticas, etc., sean inmutables. Ellas sí son modificables. Lo inmutable es la lógica interna, la esencia. Sin ella, la estructura se desmorona.

A tales postulados esenciales del anarquismo pertenece la idea del cosmopolitismo, formulada en una vieja canción anarquista:

“Nuestra patria es el mundo entero, nuestra ley es la libertad”.

¿Por qué? Porque esto se desprende de la lógica interna misma del anarquismo como fusión de libertad, solidaridad e igualdad; como concepción del desarrollo creativo del principio personal en armonía y ayuda mutua con otras personas.

Un anarquista, por definición, no puede identificarse con el Estado (ya sea multinacional o un Estado-nación), no puede hablar de la unidad de intereses entre "los de arriba" y "los de abajo", porque es un an-arquista. Como partidario de la igualdad, no puede construir jerarquías de "mejores" y "peores", de privilegiados y todos los demás. Es un enemigo mortal de cualquier privilegio, y por lo tanto, también de los privilegios para "los suyos": "su" grupo, "su" pueblo, "su" estado, "su" patria.

Como adherente a la solidaridad, no puede considerar que los "intereses" de "sus" coterráneos o conciudadanos sean más importantes para él que los intereses de otras personas.

Como persona que comparte el principio y los valores del libre desarrollo de la personalidad humana, no puede reconocer su subordinación al dictado del "todo" (nación, pueblo, comunidad etnocultural), pues el "todo" para él es una unión libre, voluntaria, una federación. Él no se somete a la comunidad, a sus reglas, normas, costumbres, leyes establecidas, sino que elabora sus normas junto con sus compañeros.

La adhesión innata o ambiental, a priori (original, inicial) a tal o cual nación, cultura, religión, etc., le priva de la libertad de elección, le pone grilletes. Una persona, según la lógica del anarquismo, puede y debe moldearse a sí misma, elegir su propio círculo social, cultura, normas (por supuesto, coordinándose con otros, pero de tal manera que nadie más tenga más derechos que ella misma).

Está claro que el deseo de tener un amo de "los suyos" no tiene nada que ver con el anarquismo. Pero incluso el propio concepto de "los suyos", desde el punto de vista del anarquismo, es muy cuestionable e ilógico. Pues es intrínsecamente insolidario y anti-igualitario.

¿Qué significa la existencia de "lo suyo"? "Lo suyo" es aquello que está delimitado de "lo ajeno", de "el otro", de “lo diferente”. Presupone que la solidaridad manifestada se distribuye de manera desigual, inequitativa, injusta. Que con unos ("los suyos", "su pueblo", etc.) eres "más" solidario que con otros. Que, por lo tanto, te son más iguales que otros.

Si una persona piensa: que muera "lo ajeno", con tal de que sobreviva "lo suyo"; si, viendo que se ahogan un representante de "su" pueblo y el de un pueblo extranjero, corre a salvar solo al suyo, por ser el representante de “su” pueblo, ¡no puede ser considerado un anarquista!

Permítanme hacer una salvedad para evitar malentendidos. No me refiero ahora a la situación de personas que se aman, amigos íntimos, en general personas que se conocen muy bien. Eso es ya un asunto personal, donde el corazón no obedece mandatos. Está claro que por un ser amado o un amigo una persona está dispuesta a hacer lo que no haría por nadie más. Tampoco hablo de una pequeña comunidad de personas que se conocen muy bien: esto es, en esencia, un caso particular de la situación con los amigos. Tampoco me refiero, digamos, a una organización anarquista, que, por supuesto, se basa ante todo en el apoyo mutuo y solidaridad. Esta es una excepción que confirma la regla, pues tal organización tiende precisamente a extenderse a toda la humanidad. Hablo ahora del principio general.

El cosmopolitismo característico del anarquismo no es una aspiración a la "ciudadanía mundial" o a un "gobierno mundial". Es la expresión de una vieja verdad: que "la tierra en el planeta es en todas partes tierra", que "la Tierra no es de nadie" o, si se quiere, "es de Dios". Es seguir el viejo mandamiento del amor al hombre y a la humanidad (aunque alguna vez se expresara con la fórmula religiosa de que todos somos iguales a imagen y semejanza de un mismo Dios). Es la expresión lógica y última de la aspiración de las personas a la igualdad y la solidaridad, el presentimiento de un tiempo en que todos serán iguales y solidarios entre sí y no habrá ni "suyo" ni "ajeno".

Ante el cosmopolitismo a menudo se experimenta miedo, y de dos tipos. El primero es "estatista": los cosmopolitas son enemigos de los Estados y las fronteras. Esto a los anarquistas no hace falta explicárselo. El segundo es "culturalista": el temor de que los cosmopolitas quieran fusionar todas las culturas en un extraño conglomerado gris y sin rostro. Este miedo no tiene fundamento. Los anarquistas (por definición, cosmopolitas) siempre reconocen la igualdad en la diversidad. Están en contra de la unificación, pero a favor de la federación. Pero algo es cierto: el cosmopolitismo sí duda del valor de que una persona se identifique con una sola cultura específica. Ante todo, porque en este caso la persona o bien no elige en absoluto su base cultural, sino que simplemente la "hereda" (¡esto es predestinación, no libertad!), o bien elige una cultura como se elige una mercancía en el mercado: si quieres la tomas, si no, no. Con este enfoque es imposible tomar "la nariz de Iván Ivánovich" y unirla a "los ojos de Iván Nikifórovich"**; hay que tomar todo el complejo etnocultural existente en su conjunto, o rechazarlo por completo. Y cada uno de esos complejos incluye no solo normas y tradiciones de solidaridad y ayuda mutua, sino también muchos aspectos sumamente desagradables asociados con la dominación, la desigualdad y la opresión.

Si somos anarquistas consecuentes debemos proclamar el principio de libertad, es decir, que la persona puede y "debe" moldearse a sí misma y a su entorno, y no "heredar" o identificarse con algo simplemente porque habla tal o cual idioma o porque en su pasaporte figura tal o cual "nacionalidad". En este caso, cada persona realiza, por así decirlo, un acto de creación de sí misma, como individuo y como “entidad” sociocultural, a partir de diversos elementos, “bloques de construcción” de lo que ve o encuentra a su alrededor, realizando una especie de síntesis individual de culturas. Por supuesto, teóricamente, puede formarse a sí mismo y su propia identidad cultural a partir de los elementos de una sola cultura, limpiándola de los elementos de dominación, opresión e injusticia inherentes a toda cultura “nacional”. Em ese caso, "todo está en sus manos" como “creador”. ¡Pero qué limitada y estrecha sería su elección cultural en este caso! Sin mencionar que inmediatamente surgirá la pregunta sobre su motivación. ¿Por qué eligió elementos precisamente de “esta” cultura y no de otra? ¿Por qué le es más cercana? ¿Y por qué le es más cercana? ¿Porque vive aquí? ¿Porque habla el mismo idioma que hablan otros representantes de esta cultura? De partida esto significa que su elección no es del todo libre, no es del todo consciente, ya que sigue un estereotipo determinado que, en esencia, no eligió él mismo. Lo hizo porque "así es como debe ser", "así es como se hace", "así es como es natural", "así es como siempre se ha hecho"; o, por el contrario, lo hace manifestándose en contra de esto (es decir, también, en última instancia, dependiente de “lo dado", no libremente).

Al reconocer, como anarquistas, la libre autocreación de la persona, llegamos lógicamente a la idea de que la autosíntesis realizada por la persona misma debe ser lo más amplia, rica y variada posible. Una sociedad libre necesita personalidades integrales, desarrolladas, dotadas de amplitud de miras e intelecto. Y eso significa, familiarizadas con los fundamentos de todo el complejo cultural de la humanidad.

Supongamos, dirá algún escéptico. Pero tal síntesis siempre debe comenzar por algo. Al menos por el idioma que habla la persona. Por aquellos elementos de conocimiento y cultura que recibe en la infancia. Y estos son diferentes para cada uno. ¿Cómo se puede entonces afirmar la validez del cosmopolitismo como una síntesis libre y voluntaria?

La respuesta a esta pregunta se puede encontrar en el autor italiano Guy Scarpetta. Él distinguió entre el cosmopolitismo como meta ("el mundo entero y todas las culturas del mundo están cerca de mí") y el cosmopolitismo como proceso de emancipación y síntesis individual, es decir, como la creación gradual, secuencial y consciente de uno mismo y de la propia cultura a partir de elementos de diferentes culturas. Esto último está ligado a la formación de una personalidad creativa y armoniosa; una persona de una sociedad anarquista, con la que Kropotkin soñaba...

Pero de eso hablaremos en otra ocasión.

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NOTAS:

* No quiero escribir ideología, porque coincido básicamente con Marx y Engels en esto: «la ideología es una falsa conciencia». (Nota del Autor)

** La expresión rusa “¡Es como querer unir la nariz de Iván Ivánovich a los ojos de Iván Nikifórovich!” es una metáfora satírica sobre la imposibilidad de combinar elementos incompatibles, extraída del cuento "La historia de cómo Iván Ivánovich se peleó con Iván Nikifórovich" (1835) de Nikolái Gógol. Ambos personajes, Iván Ivánovich: delgado, meticuloso, hipócrita; e Iván Nikifórovich, obeso, grosero, indolente, eran personajes absolutamente antagónicos, por lo que unir sus rasgos físicos sería como crear un monstruo grotesco, no un ser funcional. La frase se usa generalmente para explicar soluciones burocráticas que fuerzan integraciones imposibles. (Nota del T.)

 

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https://aitrus.info/node/4435?

 

Traducido con Deep Seek, DeepL y Google translator.

PEDRO PEUMO. 2025
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