En abril de 1978, un tal Enrique MARCOS accede al cargo de secretario general de la CNT española. Poco después, fue expulsado. Posteriormente, se convirtió en uno de los principales fundadores de la CGT española (escisión reformista de la CNT). Todo esto sucedió en los años que siguieron a la muerte de Franco y en el fin de sus cuarenta años de dictadura (1975). Era un momento en el que multitudes descubrían la CNT. Un momento en el que su audiencia era extraordinaria. Así, apenas unas semanas después de la muerte del dictador, más de 40.000 personas se reunieron en la primera gran concentración de la CNT —no autorizada— en las afueras de Madrid (San Sebastián de los Reyes). Unos meses más tarde, una multitud de unas 500.000 personas abarrotaba las ramblas para asistir a una gigantesca concentración en Barcelona. Era un momento en el que la CNT era capaz de liderar luchas importantes, que pudieron paralizar el país (la lucha de los gasolineros) y que a menudo fueron victoriosas. Un momento crucial para el renacimiento del anarcosindicalismo. Se necesitaría toda una serie de golpes para detener este desarrollo. Enrique Marcos fue el instrumento de uno de ellos.
Como escribe la prensa española: «Nunca salió de España como
exiliado. Nunca formó parte de la Resistencia francesa. Nunca estuvo en un
campo de concentración» («Veinte Minutos»). Añadamos por nuestra parte
que, probablemente, no estuvo en la columna Durruti y que, con toda seguridad,
nunca fue anarcosindicalista.
Pero entonces, ¿cómo explicar el paso de Enric Marco a la cabeza de la
CNT renaciente de finales de los años 70? Juan Gómez Casas, que sí militó toda
su vida, planteó públicamente la pregunta [2]: «¿Quién es
Marcos?», preguntaba entonces, antes de concluir: «Este individuo, una
vez que consiguió, a base de mentiras, ganarse la confianza de los
anarcosindicalistas, no ha dejado de traicionarlos». Porque ese es
precisamente el papel que desempeñó Marco. Para entenderlo, volvamos a la «transición
democrática» española. Comienza en un clima de ebullición, una especie de
«Mayo del 68» crónico. Una nueva generación irrumpe en la vida política
española y se lanza de cabeza a la batalla. A pesar de la espada de Damocles de
un golpe militar, a pesar de la represión, las luchas se desarrollan. Las
clases dirigentes quieren «democratizarse», pero sin perder ni una pizca
de poder. Negocian entonces con las «fuerzas de izquierda» el «Pacto
de la Moncloa»: a cambio de la legalización del Partido Comunista, el
retorno a la «democracia», una amnistía, elecciones y, sin duda, algunos
privilegios, todos acuerdan aceptar la monarquía y una política de austeridad
antiobrera. Todos menos la CNT. Porque si los otros dos sindicatos (las
Comisiones Obreras y la UGT), buenos transmisores de la voluntad de sus
respectivos partidos (comunista uno, socialista otro), aceptan el trato, la CNT
lo rechaza.
La CNT, a la que la Revolución del 36 y su encarnizada resistencia
durante los cuarenta años de dictadura le garantizan un prestigio, una
legitimidad y una capacidad de acción considerables, se convierte entonces en
el enemigo a batir. Todo vale para ello [3]. Además de las
provocaciones y los asesinatos de militantes [4], la exacerbación
de las tensiones internas proporciona un arma esencial contra la CNT. Es aquí,
por supuesto, donde encontramos a Enric Marco, quien declara, por ejemplo, en
septiembre de 1979, durante una rueda de prensa convocada en calidad de
secretario general de la CNT: «El 8 de diciembre se celebrará el V Congreso
Confederal de la CNT, que pondrá fin a largos años de sectarismo y burocracia
del exilio... Es necesario poner fin a todos los intentos de control del
exilio... Hay que reconsiderar nuestra estrategia sindical... Debemos
establecer relaciones con las demás organizaciones de trabajadores».
«Establecer relaciones con las demás organizaciones de trabajadores», es decir,
con los firmantes del Pacto de la Moncloa, se veía enseguida adónde podía
llevar eso. En cuanto al debate sobre el lugar del exilio [5] en la CNT, hay que
recordar que el exilio, con todas sus debilidades, era en ese momento garante
de una continuidad histórica y, sobre todo, de una continuidad revolucionaria.
Insultar a los militantes del exilio, proclamar que había que acabar con ellos,
era indicar claramente la voluntad de romper con una orientación
revolucionaria. Marco, junto con algunos otros, se encargó de esta tarea.
Lo que sabemos hoy nos permite responder a la pregunta de Juan Gómez
Casas. ¿Quién es Marco, quién es este hombre que, en el crucial periodo 75/80,
estuvo en primera línea como portavoz de una organización que el Estado español
se había jurado acabar? La primera parte de la respuesta es sencilla: un
mentiroso redomado. En cuanto a la segunda, que cada uno se forme su propia
opinión. Por nuestra parte, nos limitaremos a señalar que fue en los archivos
ministeriales donde un historiador encontró, en su sitio, el expediente sobre
la vida de Marco en los años cuarenta. Todos los que han tenido una mínima
experiencia con la policía franquista y la policía posfranquista (que, por
cierto, era la misma) saben con qué meticulosidad recopilaba y analizaba la más
mínima información sobre los militantes. Era incluso una obsesión. Por lo
tanto, es totalmente imposible que, en la época en que Marcos era secretario
nacional de la CNT, el ministro del Interior no tuviera en sus manos las
pruebas de que mentía y de que toda la biografía que ya difundía en la prensa
era falsa. Le bastaba con soltar esa información para derribar mediáticamente
al «número uno» de la CNT y asestar un golpe a la credibilidad de esta
organización. Sin embargo, la policía, que no se detuvo ante nada, guardó
cuidadosamente el secreto. O bien lo utilizó como «hilo conductor» para obtener
del impostor lo que quería, o bien el impostor... saquen ustedes sus
conclusiones [6].
Francesito
Los «medios de mierda» en acción
Si, cuando estaba en el candelero, los medios de comunicación nunca
sintieron la necesidad de recordar que Marco había sido uno de los responsables
de la CNT, una vez descubierto su engaño, se apresuraron a publicar esta
información. En cambio, todos, o casi todos, olvidaron mencionar que había sido
expulsado de la CNT en 1979 y que había creado la CGT en 1989. Dos «detalles»
sin duda sin importancia. El premio a la desinformación se lo lleva Le Monde,
cuyo editorial (13 de mayo) daba a entender que Marco seguía siendo secretario
nacional de la CNT.
Solidaridad con un impostor...
Ante la mentira de uno de sus fundadores y, al parecer, todavía amigo o
afiliado, la CGT no encuentra nada que objetar: incluso lo justifica. Bajo el
título «Yo tampoco estuve en Mauthausen» —lo que, por cierto, ya se
sospechaba—, Rafael Cid afirma en el órgano de la CGT (Rojo y Negro Dijital, 12
de mayo de 2005) que Marco mintió... «por solidaridad con las víctimas». Hay
que atreverse a escribirlo.
[1] _1: La
contribución histórica de este impostor a la ruptura de la CNT y a la creación
de la CGT merecía el reconocimiento de un gobierno, aunque fuera regional.
[2] _2:
Véase su libro «Relanzamiento de la CNT, 1975/1979», ediciones CNT-AIT, 1984.
[3] _3: En
particular, las manipulaciones policiales. Ejemplo histórico, el incendio de la
«Scala»: el 15 de enero de 1978, mientras la CNT, en solitario, reunía en
Barcelona a 15 000 manifestantes contra el pacto de la Moncloa, se lanzaron
cócteles Molotov contra una sala de espectáculos, la Scala. Cuatro empleados,
dos de ellos afiliados a la CNT, murieron carbonizados. Inmediatamente se
desató una campaña mediática difamatoria contra la CNT, acusada de estar tan
loca como para quemar a sus propios afiliados. Sin embargo, la CNT no tenía
nada que ver. Se ha demostrado que el responsable del incendio criminal fue un
tal Joaquín Gambín, informante de la policía. Nuestro periódico de la época
(las páginas en francés de «Espoir») había denunciado las actividades de
este auxiliar de la policía —y de algunos otros que se habían infiltrado en la
CNT— incluso antes de su incendio criminal.
[4] _4:
Así, Agustín Rueda fue asesinado por los guardias de la prisión de Carabanchel
el 14 de febrero de 1978...
[5] El
exilio era el destino de los militantes que habían hecho la revolución y se
habían refugiado fuera de España. Su lucha nunca cesó y sirvieron de apoyo a la
CNT clandestina desde dentro durante toda la dictadura.
[6] Última curiosidad de este dossier: Marco afirmaba haber estado internado en el campo de Flossenbürg. Probablemente nunca habéis oído hablar de Flossenbürg. Yo tampoco. Hay que ser bastante versado en historia para conocerlo y aún más para saber que ninguno de los españoles que pasaron por allí sobrevivió. Así, Marco no corría el riesgo de encontrarse con ningún testigo incómodo. Pero, ¿cómo tuvo Marco acceso a esa información tan confidencial?
10 de diciembre de 2005
Extraído de: http://sipncntait.free.fr/article_157.html