UN IMPOSTOR LLAMADO MARCOS EN EL QUIEBRE DE LA CNT Y LA FUNDACIÓN DE LA CGT ESPAÑOLA

 


En abril de 1978, un tal Enrique MARCOS accede al cargo de secretario general de la CNT española. Poco después, fue expulsado. Posteriormente, se convirtió en uno de los principales fundadores de la CGT española (escisión reformista de la CNT). Todo esto sucedió en los años que siguieron a la muerte de Franco y en el fin de sus cuarenta años de dictadura (1975). Era un momento en el que multitudes descubrían la CNT. Un momento en el que su audiencia era extraordinaria. Así, apenas unas semanas después de la muerte del dictador, más de 40.000 personas se reunieron en la primera gran concentración de la CNT —no autorizada— en las afueras de Madrid (San Sebastián de los Reyes). Unos meses más tarde, una multitud de unas 500.000 personas abarrotaba las ramblas para asistir a una gigantesca concentración en Barcelona. Era un momento en el que la CNT era capaz de liderar luchas importantes, que pudieron paralizar el país (la lucha de los gasolineros) y que a menudo fueron victoriosas. Un momento crucial para el renacimiento del anarcosindicalismo. Se necesitaría toda una serie de golpes para detener este desarrollo. Enrique Marcos fue el instrumento de uno de ellos. 


Desde mayo de 2005, está en el centro de un escándalo que ha sacudido a todo el país. La trayectoria de Marcos, parcialmente revelada hoy, contribuye a arrojar una luz más cruda sobre la historia del anarcosindicalismo en la era posfranquista.

En la CNT, Enrique MARCOS hizo su aparición —que él presentaba como un reaparecimiento— a finales de los años 70. En este periodo de convulsión social, exhibía un glorioso pasado militante: había combatido en la columna Durruti. Posteriormente pasó a Francia, donde, como tantos otros anarcosindicalistas, se unió a la Resistencia. Detenido por la Gestapo, torturado, fue deportado a los campos de la muerte. Tras dar varios cientos de conferencias al año sobre el tema, se convirtió en lo que la prensa española denominó «el deportado español más conocido». Además, presidió la principal asociación de deportados. Enrique Marcos, que entretanto había catalanizado su identidad como Enric Marco (una forma de despistar), vio reconocidos sus méritos.

En 2001, la Generalitat (el gobierno catalán) le concedió la «Cruz de San Jordi», su más alta distinción civil, entre otras cosas, por «toda una vida de lucha antifranquista y sindicalista» [1]. El 27 de enero de 2005, fue el único representante de los deportados en el primer homenaje rendido a las víctimas del Holocausto por las Cortes (el Parlamento español). El pasado 8 de mayo, en presencia del primer ministro José Luis Zapatero, debía ser el protagonista de una conmemoración oficial en el campo de Mauthausen, donde fueron exterminados más de 5000 antifascistas españoles. Pero ese día, Enric Marco estaba «enfermo». Le avisaron de que iba a estallar un escándalo: un historiador, movido por la curiosidad, había consultado los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores español. Allí encontró documentos que probaban que, en 1943, el señor Enric Marco —o Enrique Marcos, como se prefiera— se encontraba efectivamente en Alemania, pero de forma voluntaria, contratado por la empresa Deutsche Werk.

Como escribe la prensa española: «Nunca salió de España como exiliado. Nunca formó parte de la Resistencia francesa. Nunca estuvo en un campo de concentración» («Veinte Minutos»). Añadamos por nuestra parte que, probablemente, no estuvo en la columna Durruti y que, con toda seguridad, nunca fue anarcosindicalista.

Pero entonces, ¿cómo explicar el paso de Enric Marco a la cabeza de la CNT renaciente de finales de los años 70? Juan Gómez Casas, que sí militó toda su vida, planteó públicamente la pregunta [2]: «¿Quién es Marcos?», preguntaba entonces, antes de concluir: «Este individuo, una vez que consiguió, a base de mentiras, ganarse la confianza de los anarcosindicalistas, no ha dejado de traicionarlos». Porque ese es precisamente el papel que desempeñó Marco. Para entenderlo, volvamos a la «transición democrática» española. Comienza en un clima de ebullición, una especie de «Mayo del 68» crónico. Una nueva generación irrumpe en la vida política española y se lanza de cabeza a la batalla. A pesar de la espada de Damocles de un golpe militar, a pesar de la represión, las luchas se desarrollan. Las clases dirigentes quieren «democratizarse», pero sin perder ni una pizca de poder. Negocian entonces con las «fuerzas de izquierda» el «Pacto de la Moncloa»: a cambio de la legalización del Partido Comunista, el retorno a la «democracia», una amnistía, elecciones y, sin duda, algunos privilegios, todos acuerdan aceptar la monarquía y una política de austeridad antiobrera. Todos menos la CNT. Porque si los otros dos sindicatos (las Comisiones Obreras y la UGT), buenos transmisores de la voluntad de sus respectivos partidos (comunista uno, socialista otro), aceptan el trato, la CNT lo rechaza.

La CNT, a la que la Revolución del 36 y su encarnizada resistencia durante los cuarenta años de dictadura le garantizan un prestigio, una legitimidad y una capacidad de acción considerables, se convierte entonces en el enemigo a batir. Todo vale para ello [3]. Además de las provocaciones y los asesinatos de militantes [4], la exacerbación de las tensiones internas proporciona un arma esencial contra la CNT. Es aquí, por supuesto, donde encontramos a Enric Marco, quien declara, por ejemplo, en septiembre de 1979, durante una rueda de prensa convocada en calidad de secretario general de la CNT: «El 8 de diciembre se celebrará el V Congreso Confederal de la CNT, que pondrá fin a largos años de sectarismo y burocracia del exilio... Es necesario poner fin a todos los intentos de control del exilio... Hay que reconsiderar nuestra estrategia sindical... Debemos establecer relaciones con las demás organizaciones de trabajadores». «Establecer relaciones con las demás organizaciones de trabajadores», es decir, con los firmantes del Pacto de la Moncloa, se veía enseguida adónde podía llevar eso. En cuanto al debate sobre el lugar del exilio [5] en la CNT, hay que recordar que el exilio, con todas sus debilidades, era en ese momento garante de una continuidad histórica y, sobre todo, de una continuidad revolucionaria. Insultar a los militantes del exilio, proclamar que había que acabar con ellos, era indicar claramente la voluntad de romper con una orientación revolucionaria. Marco, junto con algunos otros, se encargó de esta tarea.

Lo que sabemos hoy nos permite responder a la pregunta de Juan Gómez Casas. ¿Quién es Marco, quién es este hombre que, en el crucial periodo 75/80, estuvo en primera línea como portavoz de una organización que el Estado español se había jurado acabar? La primera parte de la respuesta es sencilla: un mentiroso redomado. En cuanto a la segunda, que cada uno se forme su propia opinión. Por nuestra parte, nos limitaremos a señalar que fue en los archivos ministeriales donde un historiador encontró, en su sitio, el expediente sobre la vida de Marco en los años cuarenta. Todos los que han tenido una mínima experiencia con la policía franquista y la policía posfranquista (que, por cierto, era la misma) saben con qué meticulosidad recopilaba y analizaba la más mínima información sobre los militantes. Era incluso una obsesión. Por lo tanto, es totalmente imposible que, en la época en que Marcos era secretario nacional de la CNT, el ministro del Interior no tuviera en sus manos las pruebas de que mentía y de que toda la biografía que ya difundía en la prensa era falsa. Le bastaba con soltar esa información para derribar mediáticamente al «número uno» de la CNT y asestar un golpe a la credibilidad de esta organización. Sin embargo, la policía, que no se detuvo ante nada, guardó cuidadosamente el secreto. O bien lo utilizó como «hilo conductor» para obtener del impostor lo que quería, o bien el impostor... saquen ustedes sus conclusiones [6].

Francesito

Los «medios de mierda» en acción

Si, cuando estaba en el candelero, los medios de comunicación nunca sintieron la necesidad de recordar que Marco había sido uno de los responsables de la CNT, una vez descubierto su engaño, se apresuraron a publicar esta información. En cambio, todos, o casi todos, olvidaron mencionar que había sido expulsado de la CNT en 1979 y que había creado la CGT en 1989. Dos «detalles» sin duda sin importancia. El premio a la desinformación se lo lleva Le Monde, cuyo editorial (13 de mayo) daba a entender que Marco seguía siendo secretario nacional de la CNT.

Solidaridad con un impostor...

Ante la mentira de uno de sus fundadores y, al parecer, todavía amigo o afiliado, la CGT no encuentra nada que objetar: incluso lo justifica. Bajo el título «Yo tampoco estuve en Mauthausen» —lo que, por cierto, ya se sospechaba—, Rafael Cid afirma en el órgano de la CGT (Rojo y Negro Dijital, 12 de mayo de 2005) que Marco mintió... «por solidaridad con las víctimas». Hay que atreverse a escribirlo.

[1] _1: La contribución histórica de este impostor a la ruptura de la CNT y a la creación de la CGT merecía el reconocimiento de un gobierno, aunque fuera regional.

[2] _2: Véase su libro «Relanzamiento de la CNT, 1975/1979», ediciones CNT-AIT, 1984.

[3] _3: En particular, las manipulaciones policiales. Ejemplo histórico, el incendio de la «Scala»: el 15 de enero de 1978, mientras la CNT, en solitario, reunía en Barcelona a 15 000 manifestantes contra el pacto de la Moncloa, se lanzaron cócteles Molotov contra una sala de espectáculos, la Scala. Cuatro empleados, dos de ellos afiliados a la CNT, murieron carbonizados. Inmediatamente se desató una campaña mediática difamatoria contra la CNT, acusada de estar tan loca como para quemar a sus propios afiliados. Sin embargo, la CNT no tenía nada que ver. Se ha demostrado que el responsable del incendio criminal fue un tal Joaquín Gambín, informante de la policía. Nuestro periódico de la época (las páginas en francés de «Espoir») había denunciado las actividades de este auxiliar de la policía —y de algunos otros que se habían infiltrado en la CNT— incluso antes de su incendio criminal.

[4] _4: Así, Agustín Rueda fue asesinado por los guardias de la prisión de Carabanchel el 14 de febrero de 1978...

[5] El exilio era el destino de los militantes que habían hecho la revolución y se habían refugiado fuera de España. Su lucha nunca cesó y sirvieron de apoyo a la CNT clandestina desde dentro durante toda la dictadura.

[6] Última curiosidad de este dossier: Marco afirmaba haber estado internado en el campo de Flossenbürg. Probablemente nunca habéis oído hablar de Flossenbürg. Yo tampoco. Hay que ser bastante versado en historia para conocerlo y aún más para saber que ninguno de los españoles que pasaron por allí sobrevivió. Así, Marco no corría el riesgo de encontrarse con ningún testigo incómodo. Pero, ¿cómo tuvo Marco acceso a esa información tan confidencial?

10 de diciembre de 2005

Extraído de: http://sipncntait.free.fr/article_157.html